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Hay que establecer un sistema de control en lugar de regular la distancia de aplicación

En medio del debate actual sobre la futura ordenanza sobre la aplicación de fitosanitarios y el fallo judicial que impide que en el partido de Tandil se fumigue a una distancia inferior a los 500 metros, diferentes voces se alzaron de uno y otro lado de la trinchera a la hora de definir qué son las buenas prácticas agrícolas.

Para abordar el tema, el ingeniero agrónomo Augusto Piazza, evaluador de impacto ambiental autorizado por la provincia de Buenos Aires, docente universitario y miembro de la Asociación Toxicológica Argentina, conversó con El Eco de Tandil y definió coloquialmente que las buenas prácticas en esta materia se tratan de “hacer las cosas bien y dar garantía de ello”.

En este sentido, detalló que los buenos manejos deben ser demostrados a partir del cumplimiento de la ley, de los controles y de asumir las responsabilidades que corresponden. “Hay que cumplir la normativa, usar receta agronómica y seguir las indicaciones de las etiquetas de cada producto que se va a aplicar”, refirió.

“El prospecto de un medicamento no dice qué pasa si un camión de ibuprofeno se vuelca en una laguna, pero la etiqueta de un agroquímico da todas las recomendaciones y los posibles riesgos que existen, estos son los productos más estudiados a nivel ambiental y hay mucho respaldo para utilizarlos correctamente”, explicó.

Productos químicos 

El especialista está convencido de que circulan muchos “mitos” en torno a la agricultura y la utilización de fitosanitarios que carecen de sustento técnico, y consideró que “una cosa son los pareceres y las opiniones, y otra cosa es la ciencia”.

Al respecto, esgrimió que “a nivel mundial hace 70 años que se usan productos químicos, algunos se descartaron y otros se siguen usando, y la humanidad sigue con vida”.

Aquí hizo la salvedad de que el concepto de productos químicos engloba a los productos de síntesis -fabricados por el hombre- y a los naturales. “Hay muchos productos naturales que son tóxicos: veneno de plantas, animales y minerales”, observó.

Según expuso, tanto en la producción convencional como en la orgánica se emplean estos productos químicos, que tienen que estar aprobados por el Senasa. “Hay un montón de productos permitidos en la producción orgánica. ¿Cuál es la ventaja de este tipo de cultivo? Los controles para las certificaciones”, señaló.

Buenas prácticas 

Dicha regulación permite dar fe de las buenas prácticas agrícolas desarrolladas para estos cultivos y constituye una garantía para el consumidor, que puede confiar en que se respetaron los parámetros establecidos para la manipulación de la materia prima.

Hace unos años, Piazza junto a un colega estudiaron las derivas (los residuos de producto que llegan a otros lugares que no son el objetivo de la fumigación) de las aplicaciones de agroquímicos con el objeto demostrar que no es necesario que se determine una gran distancia para ello.

“Lo máximo de deriva que analizamos fueron 40 metros, trabajando bien. Cuando ponen 500 metros, 1000 metros, ni siquiera tienen idea de lo que está pasando. Muchos piensan que cuantos más metros pongamos más felices seremos y la realidad es que carece de fundamento científico”, describió.

Controles del Senasa 

El agrónomo sostuvo que, de acuerdo a los monitoreos de inocuidad alimentaria  efectuados por el Senasa (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria), el 95 por ciento de las muestras recolectadas cumplía con lo que pedían las etiquetas y las trazas de producto que podían permanecer en el vegetal se hallaban dentro de lo estipulado.

En el 5 por ciento restante, el 4,5 por ciento de los alimentos portaba residuos “un poco” por encima de lo establecido. En estos casos se hace una evaluación de riesgo para saber cuál puede ser la peor situación posible. Por último, el 0,5 por ciento restante se descartó por presentar valores muy por encima de lo permitido.

“Los residuos no vienen exclusivamente del trabajo agrícola, pueden venir de la pos cosecha, del tratamiento en los silos, del transporte, o del tratamiento en el supermercado o en la verdulería que puede afectar la mercadería”, aclaró.

Glifosato y cáncer 

Consultado por este Diario acerca de uno de los temas más polémicos, descartó que haya una correlación directa entre el uso de agroquímicos como el glifosato y un aumento de la tasa de cáncer. Así, aseveró que en Argentina desde hace años se publica el mapa del cáncer con estadísticas por localidad sobre el número de casos y sus causas probables.

Y graficó que “uno puede saber en qué lugares hay más casos. En Tierra del Fuego no hay casi agricultura ni ganadería, entonces ¿cómo puede ser que cada 100 mil habitantes tiene más casos que La Pampa?”.

En este punto, mencionó un libro de una autora francesa llamada Marie Monique Robin, El mundo según Monsanto. “Ese texto hablaba de edulcorantes cancerígenos y no tuvo mayor trascendencia, pero un solo capítulo que habla del glifosato le abrió muchas puertas y empezaron a tomar bastiones en algunos países para defender un ecosistema a ultranza y sin fundamentos”, compartió.

El ingeniero afirmó que se estudió la parte aguda, la crónica y la bioacumulación en el tejido adiposo en animales y personas. Asimismo, especificó que el producto en cuestión es irritante para la piel -dependiendo la dosis- y que cuando ingresa al cuerpo humano permanece por un tiempo estimado de dos horas. Posteriormente, el 95 por ciento se elimina por orina y el resto a través de las heces.

Pautas para legislar

Para elaborar una correcta legislación sobre uso y aplicación de fitosanitarios, Piazza recalcó que todas las normativas deben basarse en las buenas prácticas. Esto implica que se disponga de personal especializado y de recursos para implementar los sistemas de control y  sanción pertinentes, algo que, a criterio del profesional, los gobiernos –generalmente- no están dispuestos a hacer.

“Se debe leer la etiqueta antes de aplicar y respetar lo que prescribe. Controlar las condiciones meteorológicas y también la receta”, dijo.

Por otra parte, insistió en que la cantidad de metros aptos para hacer las fumigaciones es lo que siempre se legisla sin apoyarse en evidencia científica contundente. En el estudio descripto previamente, en el cual se midió la cantidad de productos químicos presentes tras una fumigación a cierta distancia, en una ampliación del área de 40 metros hallaron una concentración de producto 299 veces menor que la registrada sobre el objetivo -el cultivo- en el que se hizo la aplicación directa. En esa oportunidad se trató de sulfato de cobre pentahidratado, elemento permitido tanto en la producción convencional como en la orgánica.

“El tema no pasa por regular muchos o pocos metros, pasa por regular la cantidad de metros suficientes y establecer un sistema de control. Hay que asegurar que se hagan las cosas bien y que las condiciones sean las correctas”, defendió.

 

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